viernes, 27 de febrero de 2009


TORRENCIAL


Llueve mansamente
sin parar.
Llueve sobre los manantiales.
Llueve desde los claros del día y desde que abrí los ojos al alba.
Llueve por la mañana, por la tarde, a la hora de pasear, a la hora de amar
y desde antes de irme a dormir.
Llueve a la hora de cantarle a los pájaros,
y a la hora de tocar el violonchelo delante de una partitura mojada.
Llueve en las cabeceras de los ríos, y en la desembocadura.
En los campos de trigo,
y en el asfalto de la ciudad.
Llueve en todas las ventanas y balcones, en las aceras, y en los nidos de golondrinas.
Llueve sobre los cuerpos
y sobre las almas
y sobre los clavos de Cristo.
Se me están mojando mi piel y mis huesos
y hasta el cielo de mi boca.
Llueve en mis manos abiertas para recibir el agua bendita.
Llueve en las laderas de los montes,
en las calles calladas
y en las calles ruidosas que hacen sonar el claxon sin parar.
Llueve sobre los malos y sobre los buenos.
Llueve sobre los pobres
y sobre los ricos
Sobre los niños
Sobre los ancianos doloridos de la vida
y sobre el borracho que duerme apoyado en la farola.
Llueve bajo mis pies
Dentro de mis ojos, de mis pupilas
y sobre los flecos de mi almohada.
Llueve tanto, que se está rajando el mar.
Llueve mientras vibro contigo
cuando me abrazas debajo de la luna.
Llueve sobre mi espalda tendida sobre ti y debajo de mi espalda.
Llueve sobre las plantas de mis pies
y sobre tu frente.
Y llueve sobre tus ojos cuando mojan mi boca.
Llueve a cántaros.
Llueve a más no poder
Llueve sobre el Cielo y sobre la tierra y debajo de la tierra.
También sobre las piedras.
Llueve sobre el llanto.
Es tanto lo que llueve,
que ya estoy empezando a ser río que se desborda en tu cintura.